El Covid-19 nos va a dejar el año 2020 como el año de la pandemia. Para mí el año 2020 es el año en el que mi madre hubiera cumplido 100 años.
Mientras coso mascarillas y más mascarillas para el Ayuntamiento de la localidad donde vivo, pienso en mi madre. Ella estaría sentada a mi lado ayudando a rellenar canillas, cortar hilos, ordenar las mascarillas terminadas, contarlas…
Mi madre llevaba el gen de la solidaridad (si es que existe) en las venas. Siempre estaba dispuesta a ayudar a quien fuera, donde fuera y en lo que fuera.
Mi madre apenas sabía leer y escribir. Con 7 años la pusieron a trabajar (años duros para la infancia) y la sacaron del colegio. Trabajó cuidando a un bebé que tenía que sostener sentada solamente, porque de pie no podía con él. Para fregar los platos le ponían un cajón porque no llegaba a la pila. Nos lo contaba sin rencor ni quejas, sólo con el dolor de los malos años.
Mi madre perdió a su madre en plena Guerra Civil, con 16 años. Cuidaba de ella mientras la tuberculosis minaba su salud día a día, la lavaba y la aseaba sin quejas y sin miedos, con las protestas de mi abuela para que no se acercara y se contagiara, velaba su sueño dormitando recostada sobre la mesa o incluso acostada con ella.
Quedó al cargo de sus cuatro hermanos pequeños y de su padre. Durante toda su vida recordó y agradeció la ayuda que le prestaron sus chachas, enseñándole y apoyándola en los momentos en los que hace falta una madre. Porque mi madre nunca daba un favor por pagado. Aprendió a administrar los pocos dineros que entraban en la casa para llegar a fin de mes, a hacer de madre de sus hermanos mientras trabajaba para otros y ayudaba en la economía familiar, a cuidar de los demás sin pensar en ella. Años duros (de nuevo) de posguerra, de escasez, de cartillas de racionamiento, en los que cambiaba los cupones del tabaco (dejó sin fumar a los hombres de la casa) por otros más necesarios.
Mi madre conoció y se casó con mi padre, lo acompañó a su destino y dejó su casa, pero siempre que podía volvía con su padre y sus hermanos, porque para ella el alejamiento no era sinónimo de abandono. Allá donde fueran seguía formando un círculo a su alrededor que dejaba huella pasara el tiempo que pasara, porque siempre estaba disponible para los demás. No había mucho dinero, pero siempre había un plato en la mesa, si hacía falta, para quien lo necesitara, porque “quitando una cucharada de cada plato, se saca otro plato”.
Mi madre crió y educó a dos hijas… y al cabo del tiempo nací yo, cuando mis hermanas eran casi mujeres. Yo soy hija de una madre añosa como dirían los médicos hoy, vamos, lo que siempre ha sido hija de padres viejos, con todo lo que eso significa.
Yo siempre digo que he sido una hija no deseada pero muy querida. Me crié oyendo a mi madre rezar a Dios para verme crecer y pidiendo plazos: verme hacer la Primera Comunión, después terminar los estudios, y sobre todo verme casada… porque desde su juventud arrastraba una dolencia cardíaca.
Mi madre no me podía ayudar en las tareas del colegio, pero me enseñaba cosas que no se aprenden en los libros. No era mujer de decirnos las cosas buenas que teníamos o hacíamos, no fuera a ser que se nos subiera a la cabeza, tenías que adivinar en sus gestos su complacencia cuando desde niña dejabas tu sitio en el autobús a alguna persona mayor, o cedías el paso en las aceras (eso se llamaban Reglas de Urbanidad, por si sois demasiado jóvenes).
Cuando yo tenía 10 años, un día me dio el dinero para pagar el comedor del colegio porque no podía ir ella. Le pregunté por qué pagaba el comedor si yo comía en casa y me contestó, que yo tenía la suerte de tener un plato de comida en la mesa cada día, aunque el dinero no abundaba en casa, pero que había niñas que no tenían la misma suerte y sus padres no podían pagar el comedor. Nunca supo, ni le importó, a qué niña le pagaba el comedor.
Mi madre continuó ayudando siempre que podía, sin que nos enteráramos la mitad de las veces, calladamente, allá donde hiciera falta… en sus últimos años la veíamos ir a misa con alimentos destinados al comedor que el convento vecino tiene para indigentes. Porque ella era así.
Esta es mi madre y esta soy yo. Ella siempre dispuesta a una foto y sonriendo, yo siempre seria y huyendo de las cámaras… yo apoyada en ella, ella dirigiendo mi mano….
Todas las mascarillas que he hecho son como si las hubiera hecho ella. ¡Feliz día de la madre, mamá!